Los primeros brotes de esta patología, que es causada por una bacteria llamada Haemophilus paragallinarum, suelen aparecer en el momento en que se introducen en el gallinero nuevos ejemplares que puedan portar este germen.
La transmisión de esta enfermedad se produce por contacto directo, ya sea a través del aire, de exudados nasales o de aerosoles infectados, aunque también podría producirse de forma indirecta a través de la ingesta de agua y alimentos contaminados. Es habitual que la irrupción de esta enfermedad vaya precedida por una debilitación de las defensas y del aparto inmunológico del ave como consecuencia de que el clima reinante en el aviario sea húmedo y frío, y en el ambiente coexistan corrientes de aire. Los niveles óptimos de humedad oscilan entre el 65 % y 70 %, por lo que una humedad superior a este porcentaje favorece la aparición de agentes nocivos, hecho que beneficia las infecciones catarrales y la acción patógena de las bacterias.
Cuáles son los síntomas de la coriza aviar
Los síntomas más visibles que puede provocar esta enfermedad son tumefacción en la zona inferior ocular, lesión que puede dañar a largo plazo la visión del animal, edemas en la zona facial, estornudos y secreciones nasales y oculares. Éstas últimas son las responsables de que, en ocasiones, los párpados de las aves afectadas se peguen.
Esta patología puede provocar un estado general depresivo en el ave afectada, una considerable caída en la puesta, así como una disminución en el consumo diario de agua y alimentos. Además, es frecuente que la coriza infecciosa actúe como agravante de otras infecciones respiratorias.
La prevención, fundamentada en el correcto manejo de las aves y en un minucioso programa de bioseguridad, es la estrategia más eficaz para controlar el catarro de las gallinas. No existe un procedimiento concreto para neutralizar esta enfermedad. Los fármacos ayudan a controlar su propagación y a evitar otras posibles infecciones, pero en fase crónica su efecto es limitado. Las vacunas inactivadas, que deben ser supervisadas por un veterinario, aunque no inmunizan, suavizan el alcance de la enfermedad y se erigen como la medida más eficaz para combatir esta afección.